Contrapuesta - Primera temporada


Contrapuesta - Segunda Temporada

Situación internacional y Oportunidad histórica

sábado, 18 de julio de 2009

La actual situación internacional muestra el resquebrajamiento de un proyecto imperial hegemónico, de conducción de los designios mundiales por parte de un único polo de poder, y se encuentra inmersa en lo que podríamos definir como el devenir de la unipolaridad a la multipolaridad. Este polo de poder en decadencia tiene su territorio en EEUU e Inglaterra, dando lugar a lo que algunos denominan el eje angloamericano, protagonista de las definiciones más importantes y de las principales guerras en las últimas décadas. De este núcleo emergió, a partir de la llamada crisis del petróleo de los años ‛70, el proyecto estratégico neoliberal, planificado a medida de los intereses del capital financiero transnacional, que para los países de nuestra región significó estancamiento y endeudamiento. Este eje impuso a sangre y fuego el proyecto neoliberal, que a pesar de las cándidas formulaciones teóricas utilizó los instrumentos estatales para barrer con toda resistencia a su avance, tratando de destruir las organizaciones populares que servían de base para el desarrollo de los proyectos nacionales y populares. El saldo fueron millones de compañeros latinoamericanos asesinados, torturados, desaparecidos o excluidos económica, política, psicológica y militarmente. En la guerra de Irak se termina de expresar una situación que venía madurando desde hacía algunos años: un conjunto de potencias lideradas por el eje franco-alemán, además de Rusia y China, se posicionan en contra de la guerra de Irak, con lo que se agudizan las contradicciones globales, se fisura la hegemonía angloamericana y se parte el Consejo de Seguridad de la ONU y la OTAN. Vale recordar que hasta el momento que empieza la guerra, en marzo de 2003, Francia, Alemania y Rusia representaban casi el 75% de las exportaciones y las importaciones de Irak, y que dicho país había manifestado la posibilidad de pasar el conjunto de sus reservas al euro, mermando aún más la hegemonía del dólar que el euro venía a disputar. La pasada guerra de Georgia es un nuevo punto en la escalada global. Ante el intento del gobierno georgiano, aliado de los EEUU, de avanzar sobre el territorio pro-ruso de Osetia del Sur, Rusia respondió redoblando la apuesta. No sólo tomó el absoluto control militar de la zona, rechazando las fuerzas georgianas apoyadas por los EEUU: también, frente a la incursión “humanitaria” de los EEUU sobre el Mar Negro con motivo del enfrentamiento en Georgia, respondió con los ejercicios con Venezuela sobre el Atlántico, en lo que constituye la primer maniobra de este tipo luego de muchísimos años. Por otra parte Francia, quien cumplió el rol de árbitro durante el conflicto, hizo lugar a todos los pedidos rusos, que obviamente se contraponían a los pareceres georgianos y angloamericanos. La crisis financiera internacional constituye un nuevo capítulo de este proceso. Las visiones economicistas, por un lado, y el análisis hecho con los anteojos de los de “arriba”, por el otro, nos impiden ver que la crisis financiera abre aún más la oportunidad histórica para que los pueblos se levanten con un proyecto propio. En la crisis financiera, se vislumbra en el interior de los EEUU un enfrentamiento entre dos proyectos: por un lado, el proyecto financiero global angloamericano, que dice “nuestra nación es todo el globo” y pugna por la conformación de un Estado Global, con democracia global, mercado global liberalizado, Fuerzas Armadas Globales y Dinero Global (“ni dólar, ni euro, cada banco con su dinero”). La era Clinton fue su momento de esplendor. Por el otro lado, el proyecto financiero-industrialista que reafirma el viejo imperialismo militarista de los Estados Unidos y se afirma en la creencia del destino manifiesto de dicho país, otorgado por ley divina para garantizar la libertad mundial. Este proyecto necesita del ALCA (como ampliación del NAFTA) para asegurarse el dominio sobre el continente americano y desde el mismo fortalecerse en la disputa global. Y precisa de la raleada hegemonía del dólar para seguir imprimiendo billetes que le permitan financiarse. La familia Bush constituye la máxima referencia política para estos intereses. En este enfrentamiento, mientras el gobierno norteamericano financiaba con déficit fiscal y baja en los impuestos la expansión de la sobrecalentada economía norteamericana para impedir que caiga en recesión, mientras las guerras servían para sobre-financiar el complejo industrial militar del Pentágono (núcleo industrialista estadounidense), los sectores financieros del proyecto globalista angloamericano armaban con la deuda creciente una burbuja especulativa que les daba fabulosas ganancias. Así, los intereses contrapuestos se cebaron mutuamente. La llamada burbuja financiera no es un castigo divino que cae sobre los pecadores: constituye una irracionalidad sistémica necesaria. Fue creada por alguien que decidió sobre-expandirse, dando lugar a lo que se denomina sobre-apalancamiento. Frente a la burbuja, que tarde o temprano debía perecer, había por lo menos dos estrategias a seguir en el seno del poder mundial: pinchar la burbuja dejando caer a algunos gigantes de las finanzas, para tratar de evitar la recesión, o ir desinflando el globo en lo que se denomina un aterrizaje suave. La estrategia que triunfó fue la segunda, aunque con algunos matices. El salvataje selectivo vino a confirmar con contundencia que más que salvataje se trata de una selección, que ayuda a determinadas entidades financieras otorgándoles los activos de las entidades caídas. Los grupos cercanos al proyecto financiero-industrialista estadounidense son hasta ahora los ganadores: el JP Morgan, el Bank of America y el Goldman Sachs. Sin embargo esta disputa no está resuelta y es muy importante seguir de cerca las llamadas diferencias entre Henry Paulson (Ministro de Economía de los EEUU y hombre de la Goldman Sachs) y Gordon Brown (Primer Ministro inglés, cercano al grupo Lloyd’s TBS y a la Banca Rostchild), que plantean dos estrategias diferentes. Hasta ahora se viene imponiendo la inglesa, en lo que parece un cambio en la iniciativa frente a la crisis. La crisis es parte del escenario de agudización global de las contradicciones entre los grandes polos de poder mundial, donde sus respectivos proyectos estratégicos entran en contradicción al disputarse sus áreas de influencia (por ejemplo, la Unión Europea ve con muy malos ojos la conformación del Área de Libre Comercio para las Américas –ALCA- que impulsa EEUU sobre el territorio latinoamericano). En esta situación comenzaron a emerger con voz propia aquellos países dependientes, semicoloniales, coloniales o mal llamados “subdesarrollados”: Con el enfrentamiento al máximo nivel entre los grandes pulpos financieros transnacionales, la emergencia de nuevos (y viejos) actores mundiales, la profundización de los conflictos en el plano militar y la caída del neoliberalismo como proyecto único de organización social, se abre una nueva oportunidad para todos los pueblos sojuzgados. Al igual que en anteriores procesos históricos de emergencia de los movimientos nacionales, el desafío pasa a ser ahora construir la fuerza para aprovechar la oportunidad histórica. Pareciera como si la famosa frase del Martín Fierro cambiara de foco: del “si entre ellos se pelean los devoran los de afuera” pasamos al “como entre ellos se pelean, los de adentro podemos dejar de devorarnos”. El “Divide y reinarás” de los manuales imperiales no resulta tan sencillo de aplicar, ya que al dividirse y debilitarse los de “arriba” comienza a ser posible el histórico sueño del reino de los de “abajo”. En Nuestra América, y especialmente en América del Sur, estamos viviendo momentos cruciales para nuestros destinos como naciones políticamente autónomas y económicamente independientes de los grupos financieros trasnacionales. Tanto en la región andina con su fuerte impronta bolivariana (Venezuela, Bolivia y Ecuador), como en el eje que se vertebra desde el Sur, con el fuerte peso económico y social de Brasil y la Argentina, sumados al importante avance en Uruguay y lo ocurrido recientemente en Paraguay, revelan en esta primera década del siglo veintiuno un proceso de “desconexión” de las políticas económicas llamadas ortodoxas o simplemente neoliberales, impuestas a sangre y fuego primero y a fuerza de aprietes y golpes económicos después. Con marchas y contramarchas, resistencias, contradicciones y particularidades, se verifica un proceso de transformación regional hacia un desarrollo autónomo, que ha dado lugar al fortalecimiento del Estado en detrimento de los poderes fácticos privados. Esto implica la aplicación de políticas económicas alejadas del paradigma establecido por el consenso de Washington y caracterizadas por cierta “heterodoxia” en la búsqueda de concretar demandas sociales largo tiempo postergadas. Este arduo camino, transitado luego de los derruidos itinerarios que dejó la década del ´90, fue construido de una manera singular, mediante la armonización de los procesos de integración: el ALBA, el Mercosur y UNASUR. La posibilidad de avance hacia el Banco del Sur, fortalecido con la repatriación de las reservas de todos los países suramericanos; el futuro desarrollo de una moneda del Sur; la conformación de un Comando de defensa regional que apunte a la integración para la defensa y a la reconstrucción de las empresas estratégicas estatales (demonizadas por los poderes mundiales para asegurarse su monopolio); el progresivo aunque dificultoso avance hacia la integración energética y la conformación de una matriz energética común sobre la base de las empresas estatales; la nacionalización de los recursos naturales; y la coordinación política para resolver autónomamente los conflictos regionales, muy cerca de plasmarse en un parlamento sudamericano, son algunos de los ejes fundamentales de integración que se están desarrollando y que es imprescindible fortalecer para construir Nuestra América –el proyecto estratégico propio desde y para los pueblos. El avance en el sentido señalado implica, necesariamente, el retroceso de los intereses imperiales en la región, conjuntamente con el de los grupos locales asociados a dichos intereses, a los que habitualmente se denomina oligarquía. Es por ello que vemos cada vez con mayor asiduidad y claridad las intromisiones norteamericanas y las operaciones desestabilizadoras orquestadas con fuerzas locales. Bajo múltiples formas vemos los golpes que forman parte de la guerra de baja intensidad planteada por el Pentágono: terrorismo mediático (exacerbación de la inseguridad, magnificación de problemas y hechos, incitación a comportamientos paranoicos, ocultamiento de información, etc.), golpes económicos (desabastecimiento, corridas financieras, ahogos financieros, corridas inflacionarias, paros patronales, etc.), operaciones de inteligencia (secuestros, desapariciones, asesinatos selectivos, golpes comando, etc.) y financiamiento a grupos opositores radicalizados (muchas veces coordinados por la CIA y/o la Embajada). El hecho de que la IV Flota vuelva a navegar por nuestros mares es un indicador del nivel de injerencia norteamericana en la región y el peligro que ve en el proceso emancipatorio que estamos viviendo. La integración latinoamericana –que, en rigor, constituye la construcción de Nuestra América sobre la síntesis hispanoamericana e indoamericana– no es solo un proceso de vinculación económica, como algunos nos quieren hacer ver. Es ante todo un reencuentro de nuestras raíces que nos permite surgir como Ser, haciendo emerger nuestra aniquilada identidad, desde una diversidad de culturas, lenguas y etnias que confluyen en la construcción del hombre Latinoamericano. Es por ello una integración solidaria y humana, es una integración de los pueblos que vuelven a juntarse para superar las divisiones impuestas para ser oprimidos. En Nuestra América Latina –tratando de borrar todo rastro de galicismo imperial, pero reconociendo como valedero su mal traído nombre–, que cada día muestra con más orgullo su rostro indígena, se vuelve urgente avanzar con los desafíos de la hora: desmantelar el modelo primario-exportador (complejo agro-sojero-alimentario, minero, petrolero, etc.), que constituye la base sobre la cual se levanta la subordinación colonial; desterrar el desempleo y el empleo informal, utilizados para disciplinar a los pueblos y producir la más aberrante distribución asimétrica de la riqueza que pueda existir sobre la Tierra; desconcentrar la economía y fortalecer el desarrollo industrial, elemento central para desarrollar nuestra soberanía y el bienestar social; y desarrollar la soberanía alimentaria, eliminando la irracionalidad del hambre en un continente que exporta alimentos. La oportunidad histórica está frente a nosotros. Para aprovecharla es necesario construir la fuerza político social –el sujeto histórico– que haga posible el sueño de Nuestra América.

Autor: Gabriel Merino

0 comentarios: